Por: Elard Aranibar (@datraveldiary)

A lo largo de los años he podido recorrer diversos países y ciudades, en diferentes medios de transporte. Trabajar en turismo, por más de 10 años, ha sido ir de aventura en aventura. Pero, algo que desde muy pequeño siempre quise hacer era recorrer mi país en auto… ¡manejando yo! Por cierto, me llamo Elard, y siempre quise disfrutar, a mi propio ritmo, los bellos paisajes que el Perú ofrece; detenerme en los pequeños pueblos, en las ciudades, escuchar historias, leyendas y más.

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Fue así como, junto a Katy (mi novia), decidimos hacer este sueño realidad, y con motivo de Semana Santa – en 2019 – elegimos la ciudad de Ayacucho como destino, principalmente por la popularidad que goza este lugar en esas fechas.

Y, así pues, nos enrumbamos a la aventura durante la madrugada de jueves santo; maleta y snacks listos, el playlist con lo mejor de nuestras canciones favoritas, el GPS como guía, y nuestro pequeño Suzuki Swift mecánico, con tanque lleno, como nuestro gran aliado y medio de transporte.

El gran aliado

El trayecto inicial fue, dentro de todo, simple. Salimos de la caótica Lima aún a oscuras, antes de que ésta despierte y el tráfico llegue a su apogeo, para luego tomar una ruta al sur muy conocida para muchos limeños, quienes suelen frecuentarla en época de verano. El GPS nos indicaba que debíamos llegar hasta el ingreso de la ciudad de Pisco y, más adelante, hacer un giro para dejar la costa y tomar rumbo hacia los Andes, por la llamada ruta “Los Libertadores”.

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En el camino, rápidamente, pudimos ver el primero de varios accidentes automovilísticos de los cuales fuimos testigo: una camioneta volteada hacia el lado derecho de la carretera. Felizmente todos estaban bien, y la policía ya los acompañaba. Tras esto hicimos nuestra primera parada oficial, en un grifo en Chincha, para recargar combustible y comer algunos de nuestros snacks.

Luego retomamos el camino y, en menos de una hora, llegamos hasta San Clemente (antes del cruce de Pisco), donde giramos y empezamos a subir por el camino hacia los Andes. Poco a poco el paisaje iba cambiando; con un cielo más hermoso y tierras un poco más verdes, casitas pequeñas hechas de material noble, y demás detalles que te hacen sentir ese mágico tránsito de la costa a la sierra.

La sonrisa obligada para la foto

Cuando estábamos sobre los 2000 m.s.n.m., le pedí a Katy me ayudara preparándome un sándwich mientras yo seguía manejando. Y, bueno, mi copiloto se mareó con el movimiento del auto en las curvas (hay muchísimas mientras se sube a altura), por lo que tuvimos que parar para que ella hiciera, pues, llamémoslo… “un pequeño pago a la tierra”.

Mientras Katy se reponía un poco yo me senté a disfrutar de la hermosa vista que solo era interrumpida por el ruido de los autos al pasar. Esto era algo que temíamos que iba a pasar justamente por la popularidad de Ayacucho durante la celebración de Semana Santa. Y así fue que, por momentos, tuvimos que estar en cola de autos porque éramos (realmente) muchos los que queríamos llegar a destino.

¿El destino más popular en Semana Santa? Creemos que si…

Entre estos momentos de tráfico estuvimos detenidos, por un rato, en un pequeño pueblo Huaytara, ubicado sobre los 2700 m.s.n.m. La gente local, aprovechando esto, vendía productos locales y, a la vez, parecían entretenerse con lo inusual de este show de autos en fila. ¡Ah!, y a esta altura uno puede ya ver las famosas puyas Raimondii, una planta endémica de la zona.

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Cuando la carretera tomó ya un tramo recto, hicimos una parada en un pequeño pueblo en el que compramos un poco de mate de coca, muy bueno para la altura (aquí mi copiloto estaba al borde del desmayo). Luego pasamos el tramo más alto de este viaje, ubicado sobre los 4220 m.s.n.m., de nombre “Abra Taqra”. En esta parte de la llamada Puna el paisaje es más amarillento, donde solo se ve el pasto andino (llamado “ichu”) por todos lados.

Al empezar a bajar, el paisaje vuelve a tornarse verdoso y empiezan a aparecer los primeros árboles, así como (cada vez más) casitas de estilo andino. El cielo me hizo revivir mis días por Cusco, pero debo confesar que este era especialmente hermoso. Mientras disfrutaba de este increíble paisaje, una fuerte lluvia cubrió el cielo, por lo que tuvimos que reducir la velocidad.


¿VIAJAS A CUSCO?


Unos minutos después, y ya un poco más abajo, el cielo volvió a pintarse de luz con el fuerte sol. Además, divisamos un bello puente colgante en la margen izquierda, así que decidimos parar a tomar algunas fotos y disfrutar de la bella vista.

Puente y luz espectaculares

Luego volvimos a la carretera y pudimos ver que ya estábamos muy cerca a nuestro destino. Continuando la ruta vimos a muchos niños jugando con cuerdas que ataban por la carretera, con el propósito de que los conductores reduzcamos la velocidad y se les entregue alguna propina. Una práctica, para mí, muy peligrosa tanto para ellos como para los que manejamos, pero que finalmente fue un indicador de que, poco a poco, íbamos ingresando a Huamanga (el verdadero nombre de Ayacucho).