En mi vida el término «padrino» ha estado muy presente. Para mi bautizo fue elegido uno de los hermanos de mi mamá; para mi primera comunión el otro; mientras que para la confirmación elegí a uno de mis mejores amigos de siempre. No soy el más religioso, pero gracias a ellos entendí el significado de responsabilidad tácita que el ser padrino de alguien significa.
¿A qué viene todo esto? Pues a que mi última vez en Perú fue, principalmente, para convertirme oficialmente en padrino por partida doble, gracias a Bastian y Sophie. Y estando en Perú me dieron una sorpresa más; dos ahijados adicionales: los mellizos Juan y Alessia. Así es: cuatro ahijados y tres bautizos en dos meses en Lima.
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Y cuando les cuento sobre mi última vez en Perú me refiero a un viaje que inicialmente no estaba planeado. Ligia -mi enamorada- y yo estábamos en Estados Unidos con la idea de cruzar a Europa antes de venir a vivir al Sudeste Asiático. ¿Perú? Nada, no estaba en planes. Es más, ya nos habíamos despedido de todos, por un tiempo.
Sin embargo, yo ya tenía el compromiso con Bastian, hijo de mi prima hermana Katy (más hermana que prima, por cierto) y Elard. Ellos, antes de mi viaje, llegaron a mi casa y me ofrecieron la responsabilidad un tiempo atrás, a la que obviamente accedí sin ninguna duda. En la teoría el Basti se convirtió en mi primer ahijado.
Pero en la práctica la cosa fue diferente. Sophie, hija de Dani, uno de mis grandes amigos del colegio -y la vida-, y Ani, fue quien me tuvo primero a su lado cuando se hizo la ceremonia. Es más, recuerdo que cuando hablé con Dani sobre el ser el padrino de su primera bebé él sabía que yo no estaba en Perú, pero también sabía que, por el Basti y Sophie, el viaje a mi país iba a ser un hecho.
El bautizo de Sophie fue apenas unos días tras aterrizar en el Jorge Chávez. Llegué, sorprendí a mi familia y algunos amigos muy cercanos, fui a donar mi cabello (35 centrímetros, imaginen lo largo que estaba) y ya, se fueron los días y ya estábamos sábado, así que tocaba despertarse temprano para ir a la iglesia.
La última ceremonia fue la del Basti. Se postergó varios días y llegó poco antes de salir de Perú. Estando allá, se tuvo que cambiar de fecha de salida y demás para poder estar presente en el bautizo. Fue algo más pequeño, más íntimo. Katy tiene unos protocolos COVID muy marcados y todos lo saben, así que la ceremonia fue con pocas personas y una sesión de fotos muy linda.
Entre un bautizo y otro, un día X me junté con Juan Esteban, sobrino de Jesús (esposo de mi mamá, mi papá en Perú) y prácticamente un primo mío. Como siempre hablábamos de sus planes, los míos, la U, y más, pero esta vez hubo un tema extra: la petición para ser padrino de sus mellizos. Los hermanos de Juan habían sido padrinos de su primera hija, y el siguiente en la lista era yo. Y ser el siguiente después de los dos hermanos realmente me llenó de felicidad.
La madrina fue mi hermana, que a sus 17 años se paró al lado de Juan Esteban y Lita, los papás de Juan y Alessia, y mío para aceptar la responsabilidad. Fue una mañana larga, en una ceremonia más larga de lo habitual por la cercanía a la Semana Santa, y con una recepción muy bonita. Aprendí lo que es «cebo padrino» y tiré moneditas de chocolate. De las otras, las reales, estaba algo complicado, je. Y fue en ese momento que, en menos de 2 meses, me di cuenta que había completado el póker de ahijados.
En realidad escribo esto sin saber qué tanto les pueda gustar leer algo tan mío, tan personal. No lo hago con esa intención pero claro que me encantaría que lo disfruten. ¿Saben por qué lo hago? Porque a pesar que estoy viviendo al otro lado del mundo y mis (6) compadres lo saben, nunca está demás dejar por sentado que la responsabilidad de ser el padrino de sus hijos está (y estará) siempre presente. Y papelito – o texto en blog- manda.